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París, 29 de Noviembre de 2009… La Ciudad de la Luz se despierta gris debido a la bruma y el frío correspondientes a la época del año. Sus habitantes se levantan como otro domingo cualquiera dispuestos a disfrutar de su día de descanso, bien en sus hogares bien en alguno de sus rincones. Hasta aquí todo normal, no parece que haya ningún acontecimiento que vaya a cambiar la rutina de este día cualquiera. Pero esto no es así, hay dos personas, todavía dormidas, que van a hacer de hoy, un día especial. Aún no lo saben, pero la energía e ilusión que desprenden van a servir para que sus días en la Gran Ciudad sean inolvidables.
He olvidado decir que aún no se han despertado porque sus viajes de ayer fueron bastante largos. Ella pasó el día entre aeropuertos, aviones y autocares para llegar desde España… y él… bueno, él lo tuvo más fácil, tan solo tuvo que coger un tren directo desde su ciudad. Ambos se reencontraron en la estación de buses, fue bastante emotivo, tenían muchas cosas que contarse.
No es la primera vez que van a hacer esto, y, a buen seguro, tampoco la última… pero esta vez será distinta a todas las demás. Quieren disfrutar de cada momento intensamente y perder la noción del tiempo, no tienen prisa y tienen claro que desean “sentir” París.
Esa Torre(de un tal Eiffel), que conocen desde que tienen uso de razón, de la que saben casi todo, que la han visto miles de veces en fotos, reportajes, noticias, películas… tantas formas diferentes y jamás en primera persona, es su auténtica prioridad. Quieren que sea un momento mágico y han decidido que su primera visión sea desde Trocadero. Salen del metro, se acercan, doblan el edificio y… y…
no articulan palabra alguna… ¿alguna lagrimilla en los ojos de él?… bah! debe ser el viento que hace… la miran perplejos… no dan crédito a lo que ven…
Tiene el corazón a cien y, boquiabierto, tan solo acierta a decir -¡Es impresionante! –
-¡Qué boniiiita!- se le escapa a ella visiblemente emocionada y con los ojos muy muy brillantes.
Ahora sí que ya se miran el uno al otro y aún con la respiración entrecortada solo alcanzan a sonreír nerviosamente y decir algún vano adjetivo que el viento se encarga de silenciar.
Una vez pasada la primera impresión, dan rienda suelta a su alegría contenida, risas, comentarios, bromas, festival de fotos y horas muertas junto a SU Torre. ¿Acaso alguien no lo haría si pudiera? Pues ellos han decidido que se puede.
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Han pasado varios días, y nuestros amigos, que no recuerdo sus nombres, siguen por París haciendo de las suyas.
Tengo entendido que han visitado la ciudad de la cabeza a los pies. Visitaron en más de una ocasión el Arco del Triunfo, donde un chezilla les intentó timar con un anillo y resultó que ellos eran aún más chezas y casi le preparan un bocadillo de nutella. Cada tarde pasean los Campos Eliseos arriba y abajo fisgando entre los puestos de navidad y degustando sus deliciosos Crêpes. St. Germain, El Panteón, Notre Dame y el Sagrado Corazón son templos que ya no tienen secretos para ellos ni de día ni de noche, al igual que el entrañable barrio de Montmartre (o de los pintores, según se mire) dónde abandonaron su habitual “vagabunding” para darse el placer de comer en un restaurante.
Y es que estos chicos se organizan muy bien, han tenido tiempo para todo; se han colado en el rascacielos de Montparnasse para echar un ojo a las vistas desde el restaurante del último piso, en lugar de dar de comer a las palomas como hace todo el mundo, han dado de comer a unos punkis moribundos en los Campos de Marte, han visto como el Barça y el Madrid jugaban el segundo partido del siglo de este año en un pub situado en el barrio latino y no han dejado pasar la oportunidad de curiosear por los alrededores del Moulin Rouge. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, subieron a la Torre, SU Torre, por las escaleras. Allí dentro, trastearon todo lo que quisieron y más, e incluso les sobró tiempo antes de ver el espectáculo de luces, para discutir y enfadarse en francés con una agente de seguridad que les había perdido sus cuchillos.
Ahora ya se marchan, se despiden bajo la lluvia, cada uno tiene que coger su camino aunque pronto, muy pronto, volverán a encontrarse en algún otro lugar lejos de aquí.
Y es que, París estos días ha vivido con un brillo diferente, una luz de otro color, aunque nadie se diese cuenta se trataba de algo casi mágico. Ahora ya se está apagando, vuelven la oscuridad y las tormentas, yo quiero creer que era la mirada cargada de ilusión de estos dos jóvenes que la daba vitalidad y la hacía especial… La ciudad espera que vuelvan pronto... y ellos también.
Por cierto, ahora recuerdo, -¿podrían llamarse Raquel y Joni?-
-Quizás…